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Adios al maestro Inocente Carreño

Inocente se zambulló de golpe en la mar de su querencia. Me lo imagino entonando sin prisa aquella malagueña quejumbrosa que aprendiera de viva voz de su abuela y que regó más tarde por el mundo hecha obra portentosa, glosa sinfónica, música de altura. Carreño era de los últimos sobrevivientes de una joven y primera generación de compositores forjados a pulso bajo la influyente tutoría de Vicente Emilio Sojo en los salones de la Escuela de Santa Capilla. Estos jóvenes artistas, provenientes de diferentes lugares de Venezuela, asimilaron la corriente nacionalista propuesta por su maestro y a su manera, cada quien a su modo, nos fueron llenando el panorama con obras que bebieron de las fuentes más puras de nuestra identidad, de nuestra tradición.

Muchas veces, de este lado del atril suele uno acudir a momentos irrepetibles como instrumentista. El tener al propio compositor de una obra en el podio, desglosando cada frase, desmembrando cada parte de su obra para ofrecernos su visión íntima, de la manera más sencilla posible, mostrándonos su manera de entender la música y lo mejor de todo, haciendo que lo que nació como murmullo entre sus sienes, lo que se concibió de a poco, nota a nota, frase a frase vaya tomando cuerpo, hilándose en nuestras manos de músico. Ese privilegio no tiene precio.

Muchas veces el hecho de ser jóvenes nos da la desventaja del desinterés, del no dar el correcto valor a estas experiencias únicas y lo digo, con un poco de remordimiento, porque me ha pasado unas cuantas veces en mi carrera como músico de orquesta, hallando el significado real de lo ocurrido algunos años después. Con el Maestro Inocente Carreño me ocurrió algo similar. Transcurrían mis primeros años en Caracas tocando en la orquesta juvenil y tuvimos la oportunidad de tener al maestro haciendo algunas de sus obras. En el momento ni yo, ni muchos de los compañeros de orquesta supimos aprovechar al máximo la ocasión. Escuchar las anécdotas, los cuentos del origen de las melodías que más tarde serían material fundamental de los temas de las obras, el conocer plenamente el personaje para saber sus influencias, su peso específico dentro de nuestra historia musical.

Los años me dieron la oportunidad de tenerlo al frente en repetidas ocasiones, yo mucho más maduro y con más interés de mi parte, hasta diría que con cierta devoción por su obra; allí entendí más profundamente su perfil de artista integral, su manera de plantearnos su música y de obsequiárnosla para que con ella hiciéramos nuestro mejor trabajo. Para entonces, sí aprovechaba cada anécdota y cada chiste contado desde el podio. Ya no me parecían disonantes sus manotazos ni sus caricaturas. Ahora lo recuerdo poniendo sus caras cómicas que iban cambiando según fuese desarrollándose la interpretación. Sus gestos iban de los celestial a lo burlón, de lo divino a lo terrenal y poco a poco iba haciendo que la música fluyera libre, sin la seriedad que la corbata impone.

Su música perdurará como la hará su carácter jovial y sus chistes picantes, su genio trascenderá, sin duda, transparente y auténtico sin velos ni triquiñuelas. Que el Flor de María te lleve esta vez a mares más tranquilos. Que la paz te cubra de luces y destellos en el nuevo escenario que hoy habitas. Aplausos eternos para el maestro Inocente Carreño.

Raimundo Pineda

11 de julio de 2016

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